La pérdida de un ser querido es uno de los momentos vitales más difíciles a los que todas las personas en un momento u otro se tienen que enfrentar. El duelo es un un proceso natural de adaptación a la nueva situación familiar e individual, por ello la comprensión de este proceso puede ayudar a integrar las emociones y sentimientos a los que la persona se enfrenta en las diferentes etapas de elaboración del duelo.
No se trata de un estado ni de una enfermedad, sino de una serie de fases que afectan a diferentes dimensiones de la persona: emocional, espiritual, conductual, física y mental. Aunque cada persona vive la ausencia de su ser querido de una manera única e individual, lo cierto es que hay unas fases comunes que diversos profesionales y expertos han idenficado y reflejado en teorías. Estas teorías son muy útiles para orientar sobre las reacciones y la duración de un duelo normal.
Cada persona tiene su propio ritmo, por lo que no se puede establecer un calendario fijo, si bien, es cierto que el primer y segundo año tras la pérdida es la época en la que los sentimientos de angustia y dolor son más intensos, dejando paso posteriormente a la adaptación a la nueva situación. Tras la elaboración emocional y cognitiva del duelo, la persona y el sistema familiar disminuyen notablemente los síntomas asociados a la pérdida y consolidan las bases para la aceptación del inicio de una nueva etapa.
Cada miembro de la familia puede vivir el duelo de manera particular en función de su edad, sus experiencias previas, las estrategias de afrontamiento y las relaciones que establece con el resto de la familia antes y después de la pérdida.
Durante la elaboración del duelo la familia requiere el reconocimiento compartido de la realidad, la experiencia compartida del dolor, la expresión de los sentimientos y la reorganización del sistema familiar, estableciendo nuevas metas.
A continuación se explican las fases en el proceso de duelo normal, según las manifestaciones emocionales, cognitivas y conductuales que se suelen dar:
Primera fase: Aflicción
Durante los primeros momentos del duelo, el embotamiento emocional, el letargo o la negación de sentimientos relacionados con la muerte son caracaterísticos. La persona doliente puede sentirse superada por la situación, incluso percibiendo una separación emocional. La aflicción o la cólera que puede surgir en estos momentos y que puede durar horas o días se explica por una dificultad o incapacidad para aceptar la realidad.
Segunda fase: Anhelo y búsqueda
En un segundo momento aparecen sentimientos relacionados con la pérdida como pueden ser la preocupación, la depresión, la ira o el resentimiento. En esta fase hay un sentimiento intenso de anhelo, el que la búsqueda, el intento de comprender y controlar la situación no da resultado, por lo que se vive con ansiedad y desconsuelo.
El enfado, la sensación de injusticia, de autoculpa o de ira hacia la persona fallecida, los pensamientos recurrentes sobre las circunstancias que provocaron la situación de pérdida son habituales y pueden llevar a la persona a experimentar diversos síntomas: problemas de sueño, dificultades para disfrutar de actividades cotidianas, falta de concentración, alteraciones de la memoria, pérdida de apetito o inquietud física.
Tercera fase: Desorganización y desesperanza
A medida que la persona va tomando conciencia de que la pérdida del ser querido es real e irreversible, la tristeza se hace más evidente. Los mecanismos de adaptación a la nueva situación empiezan a aflorar, pero en un principio el desconsuelo y la falta de ilusión marcan esta etapa. La persona doliente en esta etapa puede atesorar recuerdos de la persona fallecida o en el extremo contrario rechazar y deshacerse de recuerdos, intentando superar esta fase.
Aunque cada persona mostrará su propia sintomatología y comportamiento, es habitual observar en esta fase síntomas de depresión y ansiedad como apatía, descenso de peso, problemas de sueño u otros.
Cuarta fase: Reorganización y serenidad
Tras la fase de tristeza más intensa se empieza a aceptar la nueva situación y se establecen nuevas metas.
La pérdida es aceptada y situada en una esfera de la vida de la persona en la que le permite continuar y enfocar de la vida desde la particular vivencia de la aceptación, convivir con los sentimientos de tristeza que se manifestarán con menos intensidad y frecuencia, creciendo personalmente y encontrando la serenidad necesaria para afrontar la nueva situación.